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Qué Hemos Olvidado


¿Hemos olvidado vivir?, esto ya lo decía Jean Giono escritor francés del siglo XX.


“Un siglo después”, podemos seguir afirmando que vivir lo hacemos cada día, otra cosa es sentirse vivo, con cada cosa que hagamos en el día a día.


La mujer y el hombre actual nacen inmersos en una batalla por un futuro. Futuro que en nuestra niñez pintan inmediato, obligando a los niños y niñas a perder su infancia, moldeados por las frustraciones de sus padres, creando preadolescentes donde hace veinte años, solo eran niños, adolescentes que se creen adultos y adultos que se ven “viejos” antes de los treinta.


En esta batalla por el futuro, donde los progenitores apuestan por hacer de sus hijos los más inteligentes, los más capacitados, para ser el mañana de nuestro presente, acosta de malograr su infancia, podríamos echar la culpa a la sociedad de la información, a la tecnificación de la infancia, pero ello implicaría sumir, que nuestra infancia, la infancia de los dinosaurios de mi generación, ahora con cuarenta y tantos, fue una infancia ignorante, pues “bendita ignorancia” que conservó, el mayor valor de nuestra infancia: “la inocencia”.


El pretexto de hoy es “que no se te haga tarde”, tarde para vivir, tarde para adquirir conocimientos, tarde para sentir sensaciones que no eres capaz de interpretar, porque careces de la edad y la experiencia, para mirar atrás.


La inocencia de hoy es viuda de la infancia, antaño el niño o la niña, tenía tres mil y un días para descubrir un mundo a su alrededor, vivir cada día una nueva experiencia, un nuevo descubrimiento, de afianzar un paso tras otro, de equivocarse y de volver a levantarse, en cualquier momento podía volver la cabeza y ver a sus padres tendiéndole la mano, guiándolo, siendo su referencia en vida y conocimientos, mejor o peor, pero con un valor incapaz de transmitir la tecnología, un valor que no se aprecia, hasta que como todo, lo pierdes o lo echas en falta.

La infancia fue un tiempo que moldeaba nuestros sueños. Hubo generaciones en el pasado, que carentes de toda tecnología, soñaron el mundo en el que vivimos, sus sueños viajaron siglos al futuro, para moldearnos hoy, sus sueños impulsaron nuestro deseo de presente.


La controversia no es imponer carencias a la infancia de hoy, para obtener el sueño que moldee la sociedad del mañana, como se soñó en el pasado, nuestro presente.


Hoy los progenitores luchan cada día, por preservar los valores que tratan de transmitir a sus hijos, intentando que no se diluyan entre las miles de prerrogativas sintéticas, que los bombardean cada segundo.


Los padres de hoy, al igual que los profesores de hoy, son figuras relegadas al tercer plano, sin capacidad de decisión, sin autoridad, sin capacidad de dirección, sin herramientas moldean aptitudes y personalidades en un ser que viene pre-programado para obtener aquello que desea a cualquier precio. Sus armas son muy básicas, pero muy efectivas, el llanto, la rabieta, el enfado y la mentira, todas a pelan a la desesperación y el sufrimiento de sus padres, pero el carece aún de la experiencia y el conocimiento para distinguir el bien del mal, como no sabe distinguir la realidad de la ficción, para él o ella es solo una herramienta que sirve a sus fines, llora y le dan de comer, no necesita escribir un tratado sobre la dependencia del ser a los alimentos sólidos, ni escribir una instancia a los servicios sociales. Tiene una rabieta y le compras el juguete, que suerte que sea el juguete y no el móvil de última generación o la ropa que está de moda en Japón. ¿Y qué padre no se desvive por dar lo mejor a sus hijos? (…con tal de no oírlos).


Estos son valores que hoy solo pueden transmitirse con el razonamiento, hacen a los padres de hoy filósofos e ideólogos, que tratan de convencer a sus hijos con discursos y mítines, sobre lo bueno y lo malo, lo que debes hacer y lo que no debes hacer.


No trato de hacer apología del pasado tiempo, de opresión de la infancia, los malos tratos o la vara del maestro. Pero es evidente que el modelo sin autoridad, empieza a hacer aguas, cada día nos sorprenden noticias de niños que en lugar de estar en plena infancia, sumergidos en la inocencia y la felicidad, acometen proezas de adulto, unas maravillosas y *otras lamentables que nos escandalizan y horrorizan, lo más fácil es echar la culpa a los padres, pero en realidad la culpa es la de la sociedad de hoy y la sociedad somos todos y todas, culpables de desautorizar la potestad de los padres, culpables desautorizar a profesores y maestros, culpables de sustituir las vivencias del día a día, por la realidad virtual.


Nos hemos olvidado de vivir el día a día, de saborear el momento en que vivimos, bajo el sol y la luna, con los pies en la arena, con la brisa en la cara, nos hemos olvidado de sentir sensaciones y de mirar al cielo, de llevar de la mano y de compartir, compartir el tacto y la ilusión, con nuestra pareja, con nuestros hijos, con nuestra familia, con nuestros amigos, con nuestra sociedad, física y real, cercana y viva.


Vivir es compartir cada día con quien queremos, fue nuestro sueño de la infancia, que hoy hemos hecho realidad, no te olvides de vivirlo, cada día.



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